Muchas veces hemos escuchado aquella famosa frase “amar es dar sin esperar nada a cambio”, que nuestra cultura judeocristiana ha procurado elevar como una bandera de lo que significa el verdadero amor. Por supuesto, esta creencia nos genera un montón de dudas, inquietudes e incomodidades; y más aún, muchísima culpa cuando esperamos de nuestros allegados algún tipo de compensación por las cosas que sentimos hemos aportado en las relaciones que mantenemos.
Bert Hellinger, el padre de la psicoterapia sistémica, dice que cuando ocurren desequilibrios entre el dar y el recibir, comenzamos a sentir que la relación no marcha adecuadamente, puesto que uno de los dos está más comprometido. A veces, sólo damos, y somos nosotros mismos quienes nos negamos a recibir, enviando una señal inconsciente de que no queremos asumir responsabilidad en la relación; y además, haciendo sentir al otro incapaz de proporcionarnos lo que deseamos de dicha relación. Otras veces, sólo tomamos, incapaces de ofrecer algo para equilibrar el vínculo, haciendo sentir al otro utilizado.
Una relación sana se establece cuando las dos personas que la conforman están dispuestos a comprometerse, a aportar y a dejar que el otro aporte, y en esa medida se va creando un vínculo enriquecedor para los dos individuos, asumiendo la responsabilidad de involucrarse y permitir que el otro se involucre. De lo contrario, al final vamos a terminar sintiendo, a través del dar sin esperar nada a cambio, que nos encontramos vacíos, que no estamos obteniendo nada de la relación, que estamos siendo objetos del otro.
Otra reflexión que podemos sacar de esta idea, es que no esperar nada no quiere decir que no recibamos, sólo plantea la importancia de no tener expectativas; para así poder abrirnos a recibir lo que el otro tiene para dar, y no lo que nosotros queremos que el otro aporte.
Haciendo una comparación con las leyes físicas que rigen el comportamiento del Universo, se me ocurre citar la Tercera Ley de Newton, llamada también la Ley de Acción y Reacción, la cual dice “para cada acción existe una reacción igual y opuesta”. A partir de allí, es interesante reflexionar que el amor es una fuerza, probablemente la más grande fuerza espiritual que existe en el Universo. Y es evidente a partir de aquí que esa fuerza debe estar en equilibrio, si nuestra acción es amar, para mantener el equilibrio recibimos esa misma fuerza de retorno. Si recibimos amor, es lógico pensar que devolvemos esa misma fuerza.
Como último punto, podemos cuestionarnos que muchos maestros espirituales, como Buda, Jesús, la Madre Teresa, han tenido vivencias donde han dado muchísimo, y parece que no recibieron nada o muy poco. En primer lugar, estos seres han tomado la decisión consciente de dar su vida, enseñando lo que traían. En otra escala, los padres y los maestros también dan mucho, y no reciben compensación por eso desde ese rol que asumen, es parte de un rol y de sus consecuencias. En segundo lugar, desde ese espacio de ser Maestros, en general no establecieron vínculos específicos con otros seres humanos, con lo cual no esperaban recibir algo de vuelta; nosotros, conscientes o no, establecemos los vínculos que deseamos de manera particular con muchas personas a lo largo de nuestra vida. Si no, hubiésemos tomado la decisión de no establecer esas relaciones, en un espacio donde sólo dar pudiera ser más simple. Y en tercer lugar, todos esperamos algo como recompensa de lo que damos, aun cuando lo que esperemos pudiera ser tan sutil como una sonrisa, un gesto de agradecimiento, un abrazo.
En la mitología griega, la pretensión de ser como dioses se llama hybris, que tiene que ver con un ego desmesurado. Pretender sentir que, desde un espacio no humano, podemos dar sin esperar recibir; es como pretender vivir sólo con respirar, sin comida ni agua. El amor es una energía que nos alimenta, no que alimenta sólo a los otros. Es necesaria para nosotros, no sólo para los demás. Es alimento para nuestra alma, para la mía o la tuya. Así que negarnos a recibirla del otro es una pretensión exagerada, un estado de hybris duramente castigado por los dioses, en el espacio metafórico de la mitología.
Desde la humildad de reconocer que necesito amor para vivir en este mundo, mi alma saluda a tu alma.
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